Desperté lidiando con la vida de otra persona. En ella, no pendía de un hilo como recordaba que siempre había aprendido a hacer. Tampoco necesitaba emplear mi destreza en sobrevivir. Ni siquiera, era necesaria la curiosidad que aún rememoraba como parte indispensable de la mía.
Desperté de la vida de otra persona. Si el tiempo no existe, será para los demás. A mi el tiempo se me ha quedado olvidado en un bosque de muebles de ikea y seguros de hogar, entre tardes de series y deliveries de domingo, en las noches-recuerdo, en los desconocidos-salvavidas.
Y fui consciente de que cada uno de los cabellos rubios, ahora eran cenizos, que mi mirada se hundía en una maraña de arrugas. En ese profundo abismo que había las cuencas de mis ojos, ni siquiera podía distinguir su color.
Desperté de la vida. Frente a mí, decrépita y silenciosa. Y en una caja de pino pude leer: «Madre, hija, abuela, ciudadana».