La eternidad de una noche de verano.
Un cliché como otro cualquiera.
-No aprendes, Lidia. No aprendes. Te repites después de encoñarte con un absoluto desconocido en aproximadamente treinta segundos.
Pero has vuelto a caer.
Te cuenta que su canción favorita es «La Mujer de Verde», te miras. ¡Mierda! Tu vas de negro. Apuras el mojito. ¿Podría ser…? Tiene los ojos de color [añadir color] y crees que no has visto nunca antes a nadie como él.
Pides otra. Y otra. Y otra más. Y, tambaleando, caes «terriblemente borracha».
5a.M. Encienden las luces.
Te vas con quien te acompaña para ver tu caída, figurada y, muy probablemente, literal en algún momento de la velada.
Un último vistazo hacia la barra.
Te despides como si no hubieras sentido nada.
Lástima.
Lástima que aún no hayas aprendido a tus cincuenta y tres que todos los camareros tienen una única canción favorita.
La misma que la del cliente que les paga el sueldo.